Nancy
Hernández García
“De
tarde en tarde”
Conocí la poesía de Piedad Bonnett
un buen día en que Marco Antonio Campos llevó al cubículo del Diccionario de
Escritores Mexicanos una revista para que las becarias encargadas de extraer
los datos de los escritores catalogáramos la información allí contenida. Además
de datos de escritores mexicanos, encontré poemas de una escritora
completamente desconocida para mí, sin embargo, leerla fue un embeleso.
Inmediatamente caí en el hechizo de la palabra de Piedad Bonnett. Sin embargo,
había una dificultad: sus libros no circulaban en México, así que mucho tiempo
me conformé con leerla en revistas e Internet.
La poesía de Piedad acompañó muchas de mis tardes en el frío Instituto de Investigaciones Filológicas y muchas de mis noches a lo largo de los últimos doce años; su palabra reverbera en mí, me acompaña y alumbra la belleza y el dolor de mi cotidianidad.
“¿Quién
dice que hay palabras / para nombrar lo ido?”
El año pasado la escritora
colombiana Piedad Bonnett (Amalfi, 1951) fue reconocida con el XXXIII Premio
Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024 por el conjunto de su obra. La razón
para otorgarle el premio fue que se trata de “una voz actual de referencia en
la poesía iberoamericana con un trato elaborado del lenguaje que le permite
acercarse a la experiencia vital con profundidad y belleza y a responder con
humanidad a la tragedia de la vida. Su poesía es luminosa, aun cuando trata
temas arduos, como el desamor, la guerra, la pérdida o el duelo”.
La tragedia
personal de Piedad, el suicidio de su hijo, forma parte de los temas arduos que
alimentan su lírica, lo que la convierte en una tragedia colectiva: sólo quien
ha perdido un hijo conoce la cima del dolor, ya Juan Gelman advertía o, más
bien, hacía hincapié en que no existe una palabra para designar al padre que se
le muere un hijo. ¿Olvido del idioma?, ¿cruel ironía de la lengua?, ¿vacío que
debe permanecer en blanco?, ¿suceso que comprueba los límites del lenguaje? Sea
cual sea la razón, el hecho es que no hay palabra para nombrar esta pérdida,
empero la poesía, con todos sus artilugios, giros y licencias, se aproxima a
este dolor. Es en ese vértice donde se encuentra la poeta con los hombres de a
pie, lo personal se torna comunitario, dolor compartido.
“Ocurre”
Junto con el premio vino también
para Piedad Bonnett el reconocimiento y homenaje de sus lectores mexicanos y
estuvo una semana de marzo en la Ciudad de México compartiendo su voz y su
pensamiento alrededor de los temas de su obra.
Fue
el jueves 13 de marzo cuando al fin pude conocerla en persona y cruzar algunas
palabras con ella. Todavía hoy, al rememorar ese momento, tiemblo de emoción,
pues conocer a la mujer que escribió poemas con los que me identifico, a la
madre que habla del suicidio de su hijo en Lo que no tiene nombre,
desgarrador testimonio del dolor y de la pérdida que me conmovió hasta el
llanto, aunque yo no sé lo que es perder un hijo porque no soy madre, es uno de
los recuerdos más especiales que alberga mi memoria, pues Piedad Bonnett es una
mujer amable, sonriente, muy agradable en trato, cálida. Esa noche, de fecha
cabalística, además hubo eclipse de luna; todo era bello y poético: salí del
Colegio de San Ildefonso con Los privilegios del olvido firmado por la
poeta y con un libro más adquirido esa noche: Lo terrible es el borde,
una fotografía que le pedí a una chica de la fila que me tomara cuando saludara
a la poeta, la emoción desbordánse dentro de mí, había una noche
resplandeciente y la luna se apreciaba en su máximo esplendor sobre la gran
Tenochtitlan. Quizá todo fue obra del azar, aunque yo creo que todo aquello con
lo que somos afines nos encuentra… ocurre.