jueves, 22 de mayo de 2025

Malgré tout || Piedad Bonnett


 

Nancy Hernández García

 

“De tarde en tarde”

Conocí la poesía de Piedad Bonnett un buen día en que Marco Antonio Campos llevó al cubículo del Diccionario de Escritores Mexicanos una revista para que las becarias encargadas de extraer los datos de los escritores catalogáramos la información allí contenida. Además de datos de escritores mexicanos, encontré poemas de una escritora completamente desconocida para mí, sin embargo, leerla fue un embeleso. Inmediatamente caí en el hechizo de la palabra de Piedad Bonnett. Sin embargo, había una dificultad: sus libros no circulaban en México, así que mucho tiempo me conformé con leerla en revistas e Internet.

La poesía de Piedad acompañó muchas de mis tardes en el frío Instituto de Investigaciones Filológicas y muchas de mis noches a lo largo de los últimos doce años; su palabra reverbera en mí, me acompaña y alumbra la belleza y el dolor de mi cotidianidad.

“¿Quién dice que hay palabras / para nombrar lo ido?”

El año pasado la escritora colombiana Piedad Bonnett (Amalfi, 1951) fue reconocida con el XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2024 por el conjunto de su obra. La razón para otorgarle el premio fue que se trata de “una voz actual de referencia en la poesía iberoamericana con un trato elaborado del lenguaje que le permite acercarse a la experiencia vital con profundidad y belleza y a responder con humanidad a la tragedia de la vida. Su poesía es luminosa, aun cuando trata temas arduos, como el desamor, la guerra, la pérdida o el duelo”.

La tragedia personal de Piedad, el suicidio de su hijo, forma parte de los temas arduos que alimentan su lírica, lo que la convierte en una tragedia colectiva: sólo quien ha perdido un hijo conoce la cima del dolor, ya Juan Gelman advertía o, más bien, hacía hincapié en que no existe una palabra para designar al padre que se le muere un hijo. ¿Olvido del idioma?, ¿cruel ironía de la lengua?, ¿vacío que debe permanecer en blanco?, ¿suceso que comprueba los límites del lenguaje? Sea cual sea la razón, el hecho es que no hay palabra para nombrar esta pérdida, empero la poesía, con todos sus artilugios, giros y licencias, se aproxima a este dolor. Es en ese vértice donde se encuentra la poeta con los hombres de a pie, lo personal se torna comunitario, dolor compartido.

“Ocurre”

Junto con el premio vino también para Piedad Bonnett el reconocimiento y homenaje de sus lectores mexicanos y estuvo una semana de marzo en la Ciudad de México compartiendo su voz y su pensamiento alrededor de los temas de su obra.

            Fue el jueves 13 de marzo cuando al fin pude conocerla en persona y cruzar algunas palabras con ella. Todavía hoy, al rememorar ese momento, tiemblo de emoción, pues conocer a la mujer que escribió poemas con los que me identifico, a la madre que habla del suicidio de su hijo en Lo que no tiene nombre, desgarrador testimonio del dolor y de la pérdida que me conmovió hasta el llanto, aunque yo no sé lo que es perder un hijo porque no soy madre, es uno de los recuerdos más especiales que alberga mi memoria, pues Piedad Bonnett es una mujer amable, sonriente, muy agradable en trato, cálida. Esa noche, de fecha cabalística, además hubo eclipse de luna; todo era bello y poético: salí del Colegio de San Ildefonso con Los privilegios del olvido firmado por la poeta y con un libro más adquirido esa noche: Lo terrible es el borde, una fotografía que le pedí a una chica de la fila que me tomara cuando saludara a la poeta, la emoción desbordánse dentro de mí, había una noche resplandeciente y la luna se apreciaba en su máximo esplendor sobre la gran Tenochtitlan. Quizá todo fue obra del azar, aunque yo creo que todo aquello con lo que somos afines nos encuentra… ocurre.

 

domingo, 9 de febrero de 2025

Desde el silencio

 

Lo habitual es el ruido, sobre todo en esta urbe que alberga a los oriundos y a los que llegaron. La sensación de ser el hombre de la multitud es frecuente: pertenecer y no pertenecer, o no saber exactamente adónde se pertenece; pero la peor sensación de desarraigo es la propia, es decir, no sentir las raíces que nos anclan a uno mismo. Quizás estas sensaciones y pensamientos resulten raros para muchos, quizás haya unos cuantos que admitan haberse sentido así en algún momento. No obstante, trastabillar es algo natural, pues la sensación permanente de seguridad evitaría el avance.

            Cada día entre las sábanas dejamos minúsculos pedazos de piel, alimentamos ácaros como después alimentaremos gusanos; las células se regeneran y esa pérdida diaria pasa desapercibida. Muerte y vida, muerte en vida, al igual que ruido y silencio son palabras antónimas que más bien funcionan como oxímoron: el silencio también comunica. No se trata de no encontrar las palabras precisas para decir, de incapacidad de hablar, sino de otra forma de tender el puente hacia el otro: estar callado. Sin embargo, la quietud asusta, detona el estado de alerta, descoloca a quien está acostumbrado al mundanal ruido. El silencio construye o destruye, es un fuerte o una almohada.

            Hablar o callar son acciones de vital importancia para Espíritu, el resiliente protagonista de En la oscuridad de su vientre, primera novela de Claudia Fulgencio, en la que con pericia escoge las palabras para contar la historia de un hombre de mediana edad que se enfrenta a dos circunstancias: verbalizar un secreto para poder liberarse y cruzar el margen en el que se mantiene. La primera es el hilo conductor de la novela, el lector acompaña a Espíritu en su viaje al interior de sí mismo cuya última parada es dolorosa pues, como a miles de personas, la infancia le fue arrebatada de la forma más cruel posible: el abuso. Este es un acto de suprema violencia ya que la víctima tiene que vivir con eso. El tema de la novela es desgarrador, sin embargo, la novelista es cuidadosa y amable tanto con el personaje como con el lector, de este modo, el silencio de Espíritu se transforma en su forma de comunicación… y entonces pensé en todo lo que deliberadamente decidí callar, pensé también en el gran poder de la palabra, en cómo la elección de contar o no nuestras experiencias a los otros nos fortalece o nos vulnera. Espíritu recorre el viaje del héroe; cada uno de nosotros hace su propio viaje del héroe mientras vive. La segunda circunstancia, salir del margen o no, también es una decisión difícil y requiere de valor y fidelidad a las propias convicciones, no se trata de quedarse en la zona de confort, sino de estar en sintonía con lo que se quiere y lo que se tiene; ser feliz con poco es un don, es tener la capacidad de apreciar el gran valor de todas las cosas, cualidad cada vez más escasa.

            En esta novela cada palabra tiene su peso exacto, es decir, hay que pensar en el significado denotativo pero también en el connotativo; vientre no sólo se refiere al viaje interior del protagonista, sino también al seno materno, es un volver al origen en sentido metafórico y literal a través de la reconciliación con la madre. Esta relación, como bien advirtió Freud, es el origen de todo lo que nos sucede en la vida y es la madre quien nos conoce mejor que nadie porque nos gestó; escucha nuestros silencios. La conexión con otro ser humano capaz de permanecer en silencio es tan asombrosa que nos engancha, estar juntos y dominar la pulsión de llenar el vacío con palabras, que mal elegidas pueden estropear el momento, es algo sin igual. En la oscuridad de su vientre es una invitación a escuchar nuestro propio silencio.

 

 

lunes, 20 de enero de 2025

Elementos indisolubles

Nancy Hernández García


Para Ybrahim Galicia, en memoria de Nada 


Así, de repente un día

como si regresara de Dios sabe dónde

como si despertara de un largo sueño

 

           o simplemente

 

como si respirara profundo

para continuar el camino

 

Así, de repente un día

te encontré en el espejo

me mirabas fijamente

 

                   (yo huía de tu escrutinio)

 

y decías algo

que no pude

                      

                   ―o no quise descifrar―

 

Volví la cara y otra vez tú, Vida,

me repetiste lo que no he querido saber


No intento el suicidio

ni pido la muerte

Simplemente

la vida me estorba,

        me queda grande,

        me ahoga

No la soporto ni ella a mí

No puede verse en mi espejo

ni yo me reconozco en su sombra

Ella y yo

la vida y yo

somos elementos indisolubles

No podemos ser

                             pero somos.

martes, 7 de enero de 2025

Umbral

Nancy Hernández García

El ardiente sol cae suavemente sobre mi piel mojada, siento cómo sus rayos penetran cada poro y un leve vapor se desprende todavía con el aroma de mi jabón. Me tiendo sobre el pasto, sin intermediarios. La mezcla del olor de la hierba y el perfume es embriagante. Con los ojos cerrados me entrego al gran astro. Una sonrisa se dibuja en mis labios. No pienso en nada, no soy nadie; un cuerpo sobre el que cae suavemente el ardiente sol.

[Tú mirabas por la ventana, la que da hacia el patio. Ella estaba ahí, tendida sobre el pasto cuando tus ojos encontraron esa imagen que parecía salida de un cuadro de Botticelli; hiciste lo único que se podía hacer, lo que tenías tiempo queriendo hacer: embriagarte con su desnudez…]

A los momentos de paz les sigue una tormenta de pensamientos como nubes cargadas de granizo, el blanco se va oscureciendo rápidamente y no se distingue forma alguna, como cuando aumenta la velocidad en los juegos mecánicos y la figura de mamá se distorsiona y la mano ya no puede decirle adiós porque hay que aferrarse a los tubos para no salir disparada y matarse antes de siquiera tocar el piso. Turbulentos son los pensamientos que me invaden después de breves treguas con la tranquilidad. Me incorporo bruscamente. Mi comportamiento parece de sonámbula o de demente. Nada del exterior lo explica.

[La miras con cuidado, casi no respiras para que no se dé cuenta de tu presencia; tus precauciones son estúpidas porque estás a varios metros de distancia y desde un tercer piso. Su piel desnuda entra con fuerza por tus pupilas, tu respiración empieza a entrecortarse, cada vello de tu cuerpo se eriza y sin que lo notes, mecánicamente, tu mano derecha desciende lentamente hacia tu entrepierna, que responde al tacto con gran firmeza…]

Vuelvo a recostarme y me entretengo viendo el cielo. El cielo es lo único que se puede ver aquí, la única distracción, un poco de color entre el blanco deslumbrante.

[La posees desde un tiempo sin tiempo. Desde que la descubriste no puedes ni quieres evitar estos encuentros que apenas duran unos minutos, hasta que sus cuidadores se dan cuenta de que puede pescar una infección por el agua tratada de los aspersores que mantienen verde el jardín. Gritas que no se la lleven pero es inútil: ni te escuchan ni te ven.] 

No conozco el pudor y adoro la vanidad, pero no tengo a quién mostrarme, el edificio de enfrente está en ruinas y pronto será demolido. Empiezo a olvidar mi rostro, el color de mis ojos, la forma de mis labios, me difumino junto con los recuerdos que de mí se tengan. Nadie me llama por mi nombre, si es que alguna vez tuve uno.

 


Malgré tout || Piedad Bonnett

  Nancy Hernández García   “De tarde en tarde” Conocí la poesía de Piedad Bonnett un buen día en que Marco Antonio Campos llevó al cub...